El realismo mágico del jazz de Diana Krall
ALEJANDRO DÍAZSábado, 27 julio 2019, 00:09
Parapetada tras un largo piano de cola, Diana Krall ofreció en Starlite un recital con el protagonismo compartido con una banda de jazz que llevó al público hacia el éxtasis con una propuesta sobria, donde reivindicó el estilo más clásico y canónico con apenas concesiones a la canción melódica más convencional. Llegó puntual Krall al escenario y saludó a un auditorio entregado y prácticamente lleno, con un público tan diverso como la propia Costa del Sol y entre quienes predominaban los británicos.
Los primeros diez minutos fueron toda una declaración de intenciones de lo que sería el concierto. Improvisaciones sobre bases clásicas,con una puesta en escena minimalista y matemáticamente medida, con cuatro focos de luz cálida y una banda compuesta por un contrabajo, un percusionista y un saxo, además de la propia Krall al piano, que susurraba al micrófono esporádicamente con una voz que, como los focos, denotaba calidez pero a la vez una distancia insalvable.
Quiso desde el principio dejar claro Krall que la verdadera estrella de la noche era el jazz. Tras los primeros fogonazos rítmicos, introdujo una canción a solas con el contrabajo para prender la mecha de la magia de la música en directo. Cada miembro de la banda iba improvisando y cediendo el testigo como en una carrera de relevos. Krall, impasible ante el piano, acompañaba como una parte más de un engranaje tan perfecto que no se distinguía entre ficción y realidad.
Krall apenas se dirigió de forma directa a los espectadores y, cuando lo hizo, fue en forma de nota solitaria y perdida en una inmensa partitura, como las que reposaban sobre su piano y a las que apenas prestaba atención con su mirada hipnótica a medio camino entre el vacío y universos paralelos: Krall es capaz de ver más allá que cualquier cronista, por especializado que sea, porque lleva el jazz en las venas desde que tocaba en los bares de la ciudad canadiense de Vancuver donde se crió en una familia de músicos.
Diana Krall consiguió llenar el aforo del Starlite con una propuesta sobria
La estrella del jazz compartió protagonismo en todo momento con su banda
Mientras Krall cantaba a los amores perdidos, los corazones rotos y los cielos lejanos, el público permanecía en un silencio atronador. Un silencio que no surgía de la indiferencia. Un silencio de respeto. Un silencio de admiración. Un silencio apenas roto por brevísimos aplausos. Parecía que el silencio del público era una forma de gratitud telúrica, el mejor reconocimiento para una artista que apenas se movía para acercarse el micro entre los acordes de la banda.
Alguien fumaba lentamente pero de forma insistente en la platea, como si estuviésemos en un club de jazz de los años cuarenta o cincuenta en Manhattan. A veces la música se aceleraba, como en una montaña rusa, pero después regresaba la voz de Krall, alguna melodía, un breve 'slowly' y vuelta a acelerar la banda. Ahora el saxo, ahora la percusión, ahora el contrabajo, ahora un solo de piano y siempre Krall diciendo sin decirlo que no le gusta el papel de protagonista cuando la protagonista es su música. Hora y media de concierto y Krall y su banda abandonan el escenario. El público quiere más y solo aguarda una concesión. Una última canción de Krall a solas con su piano.
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Fuente: www.diariosur.es
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